viernes, 12 de febrero de 2010

Beijing - Templo del cielo

Llegó el día de dejar China pero antes nos quedaba por visitar el Templo de cielo, muy recomendado en las guías turísticas que habíamos consultado. Dejamos el hotel y con nuestras mochilas al hombro nos tomamos un taxi hasta el gran parque Tiantan Gongyuan, al sur de la ciudad, donde está el templo. El parque ocupa una superficie mayor a las 200 hectáreas.


Caminando hacia el Templo nos encontramos con un enorme grupo de personas que, en medio de la nieve y a pesar del frío y de la hora (serían las 1o de la mañana), bailaban al ritmo de una música que salía de un amplificador. Eran muchísimos, hombres y mujeres, la mayoría mayores. Nos quedamos un rato viéndolos y con ganas de bailar pero a los uruguayos nos gana, casi siempre, el miedo al papelón, así que nos quedamos discretamente a un lado.


El Templo del Cielo fue construido en 1420 y las dinastías Ming y Qing rogaban allí por las cosechas en primavera y para agradecer por los frutos conseguidos en otoño. El Templo es un conjunto de edificios rodeado de una muralla interior y otra exterior formadas por una base rectangular que significa la tierra y rematadas con formas redondeadas para simbolizar el cielo. Las murallas dividen el lugar en dos zonas: la interior y la exterior. Nosotros, por razones de tiempo, solo estuvimos en el Salón de la Oración por las Buenas Cosechas.

Este templo con nombre chino, Qi nian dian, es el edificio más conocido de todo el conjunto y uno de los más representativos de la ciudad de Beijing. Se trata de un edificio circular, de un diámetro de 30 metros y una altura de 38 metros. Construido sobre tres terrazas circulares de mármol blanco, el edificio se sostiene sobre 28 pilares de madera y muros de ladrillo. No hay ninguna viga. El salón tiene un triple tejado construido con tejas de color azul y está rematado por una bola dorada en su cúpula. Este edificio se incendió en 1899 y fue reconstruido en el año 1900.





Ya estamos en el aeropuerto de Beijing. Nos quedan 10 horas de avión hasta Munich y dos horas más hasta Amsterdam. Nos despedimos de China con el mismo sentmiento ambiguo que nos ha acompañado durante los ocho días de aventura asiática: fascinación y rechazo, deslumbramiento y desagrado.

Chau China!

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