Estación Central de Amsterdam
El 26 de diciembre (cumpleaños de Leo), aprovechando un poco de sol que se asomaba muy tímidamente, Rordigo y yo nos fuimos a la Estación Central de Amsterdam para tomarnos un tren a Koog-Zaandijk. La Estación Central es enorme y el tren en el que viajamos muy cómodo y moderno. Como no podía ser de otra manera, los trenes tienen puertas especiales por donde se pueden subir las bicicletas.
El viaje fue corto, unos veinte minutos para recorrer siete kilómetros aproximadamente. Al llegar caminamos unos quince minutos por un pueblo precioso y chiquito, con casas coquetas, calles impecables y un delicioso aroma a chocolate en el aire generado por las fábricas que hay allí.
En la orilla del río Zaa aparecieron los famosos molinos que son tan caracerísticos de las postales de Holanda. Antiguamente había mas de mil sobre estas orillas, hoy se pueden ver seis molinos aún en funcionamiento y son una gran atracción turística. Esto útimo lo saben los turistas orientales que generan superpoblación allí a donde van.
Estamos en Zaanse Schans, un pueblito que parece prefabricado, con casitas de cuentos de hadas, de madera pintadas en tonos de verde, cabras, ovejas, patos, lagos, canales y puentecitos, nieve y resbaladizo hielo.
En el pueblo hay un lugar en el que muestran cómo se hacen los zuecos de madera y hay miles de zuecos para vender, desde llaveros hasta zuecos de verdad, pintados de llamativos colores. También hay una quesería en el que se puede degustar muchos tipos de queso distintos y de la que no es fácil salir: da pena dejar tanto queso delicioso en los platitos. Como se imaginarán, hice honor a la quesería holandesa.
Nos tomamos una buena taza de café con leche con crepes de queso y panceta con una salsa de sirope en un restaurante que se llama "De Kraai".
Volvimos a Amsterdam cuando ya era de noche pero el reloj apenas marcaba las 5 de la tarde.